Turismo y guerra civil

El centro es mayormente una heladería de pvc, una franquicia para ‘coffee take away’ o para ambrosías churreras

A ojos del paseante corriente y moliente (esa especie en extinción), por la ciudad no se ven demasiados carteles electorales ni guiños agresivos llamando al voto. El votante en blanco, quien quiera que sea dicho espectro, lo agradece. De la rupestre Transición hasta hace una década o incluso más, quedaron ya atrás los carteles electorales colocados con fanática repetición sobre muretes y huérfanas paredes. Uno aún recuerda el sirimiri de papelinas que los utilitarios ochenteros, con el megáfono sobre la baca, solían lanzar por calles y avenidas con un estruendo de casete macarra. “Soy Javier Arenas y me presento a alcalde de Sevilla…”. Resuena la cacofonía del tiempo ido, cuando el hoy político de pelo metálico –igual que el de este escribiente– se presentaba con gracia de julandrón por el PDP del tuerto Óscar Alzaga. Hoy, si acaso, sólo se ven carteles colgados de farolas asépticas o en los reclamos de los mupis urbanos (incluidos los incrustados en los lomos grises de los quioscos de la No Prensa).

Los partidos evitan la llamada contaminación visual. Otra cosa es la basura acústica, con tantas ocurrencias que hay que oír en este tiempo de promesas de bolsillo y arcadias para un día. Dice el candidato de Ciudadanos que pondrá sombra en todo parque infantil (en los parques para seniors sí nos podremos asar con todo contento). El peperil José Luis Sanz afirma que quiere ser “el alcalde de la seguridad” con más drones y más policía local (al parecer una sola pareja del llamado Grupo Diana es la que nos atiende con mucho cariño en las matinales del fin de semana). Sandra Heredia (Adelante Andalucía) propone dar vida comercial a los barrios auténticos y parar el “tsunami de los comercios para turistas”.

De nuevo la llaga: el turismo sin modales. Heredia no hace más que evidenciar lo dado. Dice que por donde pasan los turistas aflora la metástasis: más bares y colonias de veladores, más consumismo clonado. El centro es hoy mayormente una heladería de pvc, una franquicia para coffee take away o para ambrosías churreras. No hay calle que no tenga su mampara para pizzas al corte. Todo ello bajo la mirada de una Giralda como postiza. Cierto es que antes del barniz de la Expo casi nadie quería vivir en el centro. La felicidad tenía nombre de periferia amable y de urbanización para vidas pareadas en el Aljarafe. Pero hemos salido ya del purgatorio y del mea culpa. Ahora el infierno tiene nombre de guerra civil y se llama turismo abrasivo y hostelería cómplice. Está uno por servir de voluntario en la milicia de los sufridos vecinos de Santa Cruz. A las armas.

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