La lluvia en Sevilla

Un anuncio de cerveza no es poesía

Los elementos creativos del ‘spot’ de Cruzcampo son los propios de buen cine, mas el fin es bien distinto

El querido Juan Antonio Bermúdez, que soñaba cortometrajes en voz alta, me contó este que se le había ocurrido junto a su cinéfilo escudero Pepe Calvo: esto es un tipo trajeado, bien de gomina, peluco caro y maletín, que sale del chalet, camina por la calle a paso firme, llega a las calesitas que hay frente por frente del mercado de San Gonzalo, se monta en un autito del escalextric que se pone en marcha. ¡Y a conducir, dinámico y grave, tocando el claxon, las manos al volante, dando vueltas y vueltas en el tiovivo! Fin. Sírvanse ustedes mismos la interpretación de este corto que no se llegó a rodar.

Pensaba en esto mientras me cruzaba a un padre, que volvía de dejar a su chiquilla en el cole y empujaba el patinete minúsculo de la nena. Una madre, que habla con otra, sostiene en la mano un peluche que –deduzco– acompaña a su hijo hasta la puerta de la escuela. Entonces me pregunto por cuándo hemos dejado de jugar (paradójico: a mayor infantilización de la sociedad, menos lugar verdadero concedemos a la verdadera niña o el niño que, indócil, vive en nosotros). Quizá nos iría el día mejor si fuéramos por la calle con un balón entre los pies o nuestro álbum de cromos. Lo mismo así daríamos lugar a otro ambiente menos ensimismado, menos petardo. Insisto: solo se comportan como niños-mostrenco los adultos que se olvidan de atender a los chiquillos que llevan dentro. Al corto de Bermúdez me remito.

Este déficit de ternura, arrebujado con nostalgia y su consiguiente filtro sepia, lo aprovecha el anuncio de Cruzcampo enfocado no solo a camelar al mercado británico, por mucho que el eslogan sea Choose to Cruz. También va dirigido a los aborígenes: en el spot hay claves –desde un malaje en Alcaicería a un atasco en Adriano– encriptadas para inocularse en el corazón de una Sevilla que añora con gran congoja su forma de vida, la misma que permitimos extinguirse. Yo entiendo el embeleso –el protagonista, que recorre la ciudad desde la Cruzcampo a Los Terceros, parece salido del ingenio misericordioso de Tonino Guerra o del mismo Bermúdez; incide en el personajismo, que es un elemento entrañable de esta ciudad que lleva a gala cuidar de sus vecinos singulares, y hasta romantiza la carga y descarga–. Cumple su objetivo de idealización del lugar para el turista y de filiación del sevillano con la marca, y lo entrevera astutamente con lo que hoy se nos impone: un mercado convertido en bares, guiris que saludan desde el apartamento turístico, y el hecho, hasta ahora inverosímil, de que en Los Claveles sirvan la cerveza en un copón así de grande. Las herramientas del anuncio son las mismas que las del buen cine, mas el fin es muy otro. Supongo que es obvia la diferencia entre un poema y un anuncio de cervezas. Solo supongo.

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