Francisco Montero | Crítica

Un Liszt bien temperado

Francisco Montero, en una imagen de archivo

Francisco Montero, en una imagen de archivo / Web personal

Aunque presenten dificultades técnicas colosales, en el hipercompetitivo mundo del piano actual no es difícil encontrar músicos que puedan dar dignamente todas las notas de obras como las piezas de ‘Años de peregrinaje’ de Franz Liszt. Otra cosa muy distinta es hacerlo con la diáfana claridad con que nos las mostró Francisco Montero: es necesario combinar una gran destreza técnica con la inteligencia debida para comprender y desbrozar los planos sonoros de las complejas texturas del autor húngaro, cima del pianismo romántico y de sus exigencias.

Esa inteligencia y un gran sentido del color permitieron al pileño ofrecernos unos lieder de Schubert pictóricos, casi cinematográficos, vistos más que oídos, con una plasticidad que traspasó a las primeras piezas de la segunda parte, ya puro Liszt. A partir de ahí Montero superó con elasticidad y aparente facilidad (seguro que muy trabajada) acordes repetidos a toda velocidad, trémolos, octavas vertiginosas y toda la restante panoplia técnica requerida, cierto que sin dejarse llevar nunca por los arrebatos líricos que se asocian a lo romántico, ni siquiera en el Sueño de amor de propina o en el finalísimo Chopin: Montero controló siempre el sonido (casi milagroso en la igualdad) y el tempo, sin dar aire improvisatorio casi nunca al rubato. A esas alturas el público, escaso en número pero atento y entendido, había dado al pianista el calor ganado en sus últimos recitales en la ciudad, tan ingrata a los suyos. Que se sigan repitiendo.

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