ORQUESTA DE CÁMARA DE BORMUJOS | CRÍTICA

Clasicismo sin fronteras desde Bormujos

Álvarez Calero y la Orquesta de Cámara de Bormujos.

Álvarez Calero y la Orquesta de Cámara de Bormujos. / Federico Mantecón

Alberto Álvarez Calero lleva años empeñado en convertir a la Orquesta de Cámara de Bormujos en el referente sevillano de lo que en la praxis interpretativa se denomina tercera vía. Esto es, aplicar criterios fundamentados en la práctica histórica a la interpretación orquestal con instrumentos modernos, en un punto intermedio de encuentro entre las orquestas de instrumentos originales y los conjuntos sinfónicos románticos. Con ocasión de este último concierto se puede comprobar que el esfuerzo está dando buenos frutos. Quizá el contar como concertino con alguien tan experimentadio en la interpretación históricamente informada como Carlos Jaime haya colaborado para que la orquesta sonase con agilidad y flexibilidad, con poco vibrato y gran atención a los contrastes dinámicos y a la acentuación más expresiva. Claro que esto último es responsabilidad del director, que ha conseguido que la orquesta siga fielmente sus indicaciones y entre en ese sonido y ese fraseo apropiado al repertorio interpretado. Queda aún por redondear el empaste entre las cuerdas, pero trompas y flautas estuvieron soberbias todo el tiempo.

Con tempo vivo y saltarín, sostenido sin recrearse en los silencios y con una articulación fundada en arcos cortos y no excesiva presión, la sinfonía de Boccherini se revistió de ropajes galantes en un Andantino con moto sostenido en el staccato, para desembocar en un Presto assai dinámico y chispeante, con una trompas brillantes de sonido rústico. En la introducción de la sinfonía de Kraus es donde más se notaron los problemas de homogeneización del sonido entre violines y violas, incluso con una deficiente entrada de los chelos. Algo mejoró el sonido global en el Allegro siguiente, acentuado con fuerte dramatismo y con muy expresivos sforzandi. Lo mejor estuvo en el Allegro final, atacado con sonido inicial oscuro, con estupendos trémolos en las cuerdas y un director revestido del espíritu de Sturm und Drang. Con todo, fue la juvenil sinfonía de Mozart la que consiguió una interpretación más brillante y ajustada, desde la potencia de los acordes inciales del Allegro al fraseo incesante y de claridad textural del Presto, pasando por el delicado y delicioso Andantino grazioso, con sus diálogos entre violines primeros y segundos (enfrentados) y con el arrullo de los pizzicati de los chelos y los contrabajos.

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